Con mi familia siempre íbamos en Semana Santa a Nueva Italia, porque mi papá nació en esa ciudad y me sorprendió ver a muchos jóvenes de mi universidad participando en la Iglesia del pueblo y no entendía que hacían allí. Me dio curiosidad y pregunté, me dijeron que estaban misionando por ahí, entonces empecé a participar de los talleres para jóvenes que hacían los misioneros universitarios; al año siguiente ya me fui como misionera y me tocó llegar a misionar en la casa de mis propios familiares, fue incómodo, raro pero eso era lo que el Señor tenía preparado para mí, aprendí que la Misión no es sólo compartir el Cristo que llevamos dentro con los “extraños o con la gente del pueblo” sino compartirlo con mis más cercanos “mi familia o amigos”, ese año fue especial y despertó en mí un sincero compromiso como cristiana, fue una experiencia única y hermosa, pero no estaba muy segura ni si podría volver a participar. Al año siguiente me enteré que se iban a misionar a Sapucai, que es la ciudad donde nació mi mamá, y me sorprendió la coincidencia pero para Dios no hay casualidades sino causalidades. Me volví a ir y me enamoré perdidamente de esta maravillosa y gran escuela de vida que son las misiones para mí.
Me fui durante los siguientes nueve años, cada Semana Santa fue especial, en cada año de misión el Señor me daba un mensaje diferente, me enseñó a servir con alegría, a confiar, a superar mis miedos, a respetar al otro en las diferencias y a aprender de los demás, a ver más allá de mi realidad, a ser solidaria, a jugarme por lo que creo, a ser firme en mis valores y en mi compromiso, me enseñó que Él en su infinito amor me escogió con todas mis imperfecciones para ser obrera de su Misión de Amor por algo y para algo, me ayudó a entender que soy misionera para toda la vida, donde sea que esté y en el rol que sea.
Las misiones son un milagro de amor, que transforma el corazón de quien se abandona en el Señor, sólo puedo decir gracias a Dios por regalarme la posibilidad de ser parte de esta gran familia de misioneros. Anhelo que en Paraguay haya cada vez más misioneros universitarios y profesionales que, por medio de su trabajo,contribuyan a construir una verdadera nación de Dios.
¡Padre, Hijo y Espíritu Santo… Nuestra vida por tu Misión!
J.S.B.